viernes, 29 de julio de 2011

Taxi



Recién habiamos salido del metro.

Caminabamos rápido, no porque tuvieramos prisa, sino contagiadas por todos aquellos que quieren llegar pronro a su casa, que quieren alcanzar la micro, que quieren llegar rápido a la tienda antes de que cierre, etc.


Nos acercamos a la calle, cogimos un taxi, y en aquel preciso momento, por arte de magia, la ciudad, con todo su ritmo vertiginoso desapareció.


Al entrar al vehículo, nos envolvió un olor muy pesado, casi desagradable, pero que a pesar de eso también llegué a disfrutar, ya que me recordó inmediatamente a la camioneta Dodge que maneja mi abuelo. Si cerraba los ojos, era como volver a su lado, incluido todos los mareos que significaban viajar junto a él.


En fin, no solo el olor me transportaba a otra década, sino también la música que sonaba. Se escuchaba la voz de una mujer, a un volumen quizá excesivamente alto. Cuando la canción finaliza, el locutor dice: " Y ahí estaba María Dolores Pradenas, y seguimos con los años 40' y Chuk Berry!". En aquel momento, el chofer del taxi entraba en éxtasis. Golpeaba el volante como si tuviera en frente una batería, y se movía como si en vez de estar en pleno taco en hora punta, estuviera en la mejor de las discos bailando Rock and Roll.


A ratos podía ver su perfil. Se trataba de un señor con bastante edad ya, canoso, y con una cara muy larga. Inmediatamente, se me vino a la mente la imagen de Dick Van Dyke.


Derrepente sin darme cuenta, mi madre estaba pagándole al chofer.

Abrí la puerta, y un centenar de luces y bocinas salieron a mi encuentro en medio del frio.